"La grandeza del hombre es que es un puente y no un fin", FRIEDRICH NIETSCHE.

domingo, 30 de octubre de 2011

UNIDAD 6. La evolución de la escultura griega.




La escultura alcanza una importancia extraordinaria dentro del arte griego, tanto por las novedades que introduce como por servir de referencia formal a toda la estatuaria posterior. Ya es significativo que a la arquitectura se le asignen “valores escultóricos”, lo que confirma que la estatuaria tuvo una preeminencia fundamental en el contexto del arte griego, como demuestra la especial consideración de los escultores por encima del resto de los artistas y el hecho de que los griegos intentasen expresar a través de ella su sensibilidad y su ideario de belleza.Esencialmente se trata de una escultura antropomórfica, que exalta el ideal del hombre perfecto a través de la armonía y la proporcionalidad del cuerpo, a la que se añade una perfección espiritual representada por su abstracción expresiva. Se trabajan distintos materiales, siendo los más significativos el bronce y el mármol, y diferentes tipologías, pudiendo encontrar interesantes ejemplos exentos, así como de relieves asociados a las grandes arquitecturas.






A) La escultura arcaica.



El origen más remoto de la estatuaria griega hay que buscarlo en las viejas y veneradas imágenes de madera (xóanas) de las que nos hablan las fuentes. Posiblemente se tallaron en madera de árboles considerados sagrados para, más tarde, repetirse en ídolos de terracota y piedra caliza, primero, y bronce y mármol, después. A estas primitivas esculturas se le fueron añadiendo rasgos derivados del contacto con otras civilizaciones como consecuencia del proceso de colonización, fundamentalmente Egipto, donde los griegos habían fundado la ciudad de Naucratis en el delta del Nilo. La gran escultura egipcia se impuso así como punto de partida para la estatuaria griega, aunque los artistas helenos no tardaron en adecuar dichos modelos a su peculiar sentido de la belleza formal y de la proporción, concebida en este primer momento del arte griego como una lucha de opuestos (“de las cosas opuestas nace la más bella armonía”, había subrayado Heráclito).Quizá por eso, los motivos que barajaron los escultores en un primer momento fueron poco variados y contrapuestos: el joven atleta desnudo (kouros) como tema predilecto; la mujer joven vestida (koré); y en menor medida, figuras de monstruos mitológicos y animales. Kouroi y korai poseen un sentido genérico y ambiguo. Son estatuas de varonía o feminidad, representados en la flor de la vida. Y así, adquieren múltiples funciones: son imágenes adecuadas para representar a un dios –Apolo o Atenea-, pueden ser exvotos agradables para la divinidad, representaciones de imágenes para una tumba, a símbolos identificativos de una ciudad, de un linaje familiar o de una victoria. Las esculturas de esta época fueron obra de talleres, cada uno de ellos con rasgos y peculiaridades propias. Afán primordial en todos ellos fue animar la piedra inerte y conquistar la expresión de actitudes primarias; en el caso del kouros, el movimiento y la corporeidad, en el de la koré, la quietud y la insinuación. Todas ellas son figuras arquetípicas, volumétricas y de gran geometrismo; acusan una pronunciada frontalidad y destaca sobremanera el tratamiento de unos rostros estereotipados de ojos globulares y sonrisa enigmática. Los modelos masculinos iniciales suelen ser de grandes dimensiones y rasgos muy acusados (como por ejemplo la pareja de Cleobis y Bitón del museo de Delfos), evolucionando con el tiempo hacia medidas más próximas al natural y una mayor delicadeza en el tratamiento de las anatomías y la musculatura (caso del kuros de Anavyssos). Los modelos femeninos, son de menor tamaño del natural, evolucionando desde las formas más austeras de la Dama de Auxerre (s. VII aC.), hasta las más insinuantes de la koré del Peplo o las korai del museo de la Acrópolis.Derivadas de estas esculturas son aquellas que introducen escenas con animales, dotándolas de una incipiente narrativa, como el oferente del carnero o Mocóforo, o el jinete Rampin sobre su caballo.Al margen de estas esculturas que caracterizan el periodo, no debemos olvidar la existencia de una estatuaria asociada a las estelas funerarias, así como la ejecución de los primeros programas decorativos de las grandes arquitecturas: tímpanos, metopas y frisos. Se trata de imágenes relacionada con el mito y las divinidades, donde el artista experimenta las posibilidades de la adecuación al marco. En los primeros templos, como el de Artemisa en Corfú, dicha adecuación se soluciona toscamente utilizando diferentes escalas en los personajes representados. Con el tiempo se mejoran las posibilidades de adaptación a los espacios narrativos del templo, que culminan en los frontones de Afaya en Egina, obra maestra del último arcaísmo.






B) La escultura clásica.



En la primera mitad del s. V aC. se asiste a una evolución de la escultura que va a liberarse progresivamente de la rigidez y el estatismo del periodo arcaico, desarrollando pautas y criterios más ágiles y dinámicos que anticipan lo que habrá de ser el pleno clasicismo de la mitad del siglo. Además, también se emplea más variedad de materiales y una mayor diversidad temática. A este periodo, que transcurre entre la terminación del frontón oriental del templo de Afaia y la ejecución de las esculturas de los frontones del templo de Zeus en Olimpia se le denomina periodo o estilo severo, que se refleja en los rostros serios y ensimismados de los personajes representados, llenos del ethos o solemnidad que subyace de las repercusiones que los efectos de las Guerras Médicas dejan traducir en el arte.Frente al auge del mármol en la época arcaica, el siglo V desarrolla las técnicas del bronce para la escultura exenta. Se aplica ahora el procedimiento llamado a la cera perdida: el bronce fundido sustituía a la cera derretida, previamente introducida en un núcleo de arcilla. Entre las esculturas de bronce cabe señalar el célebre grupo de los Tiranicidas Harmodio y Aristogeitón. La obra fue realizada por Kritios y Nesiotes para sustituir a otra anterior, robada por los persas y conocida a través de copias romanas. Este grupo escultórico que exalta a los héroes populares que posibilitaron la caída de la dinastía pisistrátida tiene una connotación política impensable en la época arcaica. A este mismo momento corresponde también el dios hallado junto al cabo Artemisión, Poseidón, o Zeus para otros autores, que representa al dios con el brazo izquierdo extendido en gesto de dominio y el derecho en la actitud de arrojar su tridente o rayo (según se trate de uno u otro). La escultura manifiesta la poderosa existencia divina, reflejada por la dignidad del gesto y una anatomía magnífica. La multiplicidad de vistas despliegan la actitud mostrativa del cuerpo en acción. Sin embargo, la escultura más emblemática del periodo es el célebre Auriga de Delfos, dedicado por el tirano Polyzalos de Gela al mencionado santuario en conmemoración de su victoria en una competición de carreras en 474 aC. La figura del auriga guía serenamente su cuadriga tras la carrera en el solemne momento del triunfo. Su actitud contenida y su rostro evocan el ethos y la concentración reservada típica del estilo severo, vuelto levemente hacia un lado, indican la árete, la virtud, propia del vencedor atlético.A mediados del s. V se produce el momento de mayor esplendor de la escultura griega: el clasicismo pleno, tanto en el número como en la calidad de las obras y sus autores. Es el siglo de Pericles que engrandece la Atenas democrática, pero es también la etapa de autores universales como Mirón, Policleto y Fidias quienes, según la tradición, serían discípulos del un mismo maestro: Hageladas de Argos. Gracias a ellos la escultura se convirtió en la expresión más sublime del arte griego. La belleza de los cuerpos, la proporción de las formas, la agilidad de movimientos y la conquista de las expresiones, de acuerdo con los más profundos sentimientos, en consonancia con los ideales filosóficos platónicos, fueron algunos de los principales logros alcanzados a partir de entonces en la gran estatuaria. La variedad de los temas tratados y la atinada conjunción de los dioses con héroes y mortales en muchas de sus grandes composiciones, han servido para fijar prototipos y repertorios que pueden calificarse de inmortales. Estudiar en profundidad la obra de los escultores griegos a partir de mediados del s. V aC. supone adentrarse en el mundo de las copias romanas que, en distintas épocas y talleres, repitieron una y otra vez, a tenor de la demanda, las más célebres obras de los artistas griegos.Mirón de Eleutere es el mayor del trío. Fue discípulo directo de Hageladas y cultivó exclusivamente la escultura en bronce. Su preocupación primordial fue la captación del movimiento instantáneo y su veraz reflejo en la composición, en las actitudes y en la anatomía. Sin embargo, Mirón descuidó las expresiones del rostro, que conservaron las actitudes ensimismadas del periodo severo. Se le han atribuido entre otras obras el grupo de Atenea y Marsias, esculturas de Hércules, Perseo y Apolo, y varias estatuas de atletas entre las que sobresale el célebre Discóbolo: el lanzador de disco. La escultura fija un tiempo sintético en el que pasado y futuro confluyen en un instante simétrico, creando una secuencia temporal o “ritmo”. Para conseguirlo, la disposición de la figura es muy atrevida, curvilínea y en espiral, multiplicando sus puntos de vista y el dinamismo de la obra. Estamos en el umbral del clasicismo al subrayar el equilibrio emocional de la imagen, si bien arrastra la rémora severa de la inconexión entre la acción representada y el rostro inexpresivo del atleta.Policleto de Argos es el mayor representante de la escultura peloponesia que conduce al clasicismo durante el tercer cuarto del siglo V aC. Quiso reproducir en sus esculturas un modelo de realidad sin imperfecciones. Como el filósofo y matemático Pitágoras, que veía en el universo una armonía de números, Policleto creyó en una realidad superior basada en proporciones matemáticas. Escribió un tratado, el Canon, sobre las relaciones numéricas y la simetría o relación entre las partes del cuerpo humano para alcanzar sus proporciones ideales. Y encarnó su teoría en una escultura en bronce: el Doríforo, que conocemos por numerosas copias romanas en mármol. Es un joven desnudo que lleva la pesada lanza heroica –dory- en su mano izquierda, doblando el brazo izquierdo por el codo, mientras el derecho cae relajado junto al cuerpo. Su pierna derecha, plenamente apoyada, sostiene el peso, pero la izquierda inicia un movimiento potencial, entendido como tensión inmediata y posibilidad inminente (contrapposto). La medida y ponderación de fuerzas diversas conlleva una precisa articulación del cuerpo atlético. El rostro, sereno, gira hacia nuestra izquierda. Se ha propuesto que este cuerpo desnudo no es sólo una abstracción, un canon, sino que encarna un ideal de héroe aristocrático (tal vez Aquiles) a quien corresponde una armonía superior. En el Diadúmeno, el joven que se anuda sus cintas de atleta con ambos brazos extendidos, Policleto acentuó su preocupación por el cuerpo de belleza perfecta recurriendo a la mayor riqueza de movimientos y equilibrios de una figura en aspa.Respecto a Fidias, tal vez el más importante de los escultores clásicos, sabemos muy poco de su biografía: era ateniense y su trabajo se desarrolla entre el 470 y el 430 aC. Su estrecha relación con Pericles en el momento de mayor esplendor de la historia de Atenas le convirtió en el principal coordinador y supervisor de las obras del Partenón, donde se concentran sus mayores logros. Cuando Pericles caiga en desgracia y Atenas se aboque a la Guerra del Peloponeso, Fidias también sufrirá sus consecuencias, huyendo a Olimpia, donde realiza otra de sus obras cumbres: la escultura crisoelefantina de Zeus Olímpico.Dentro de sus obras atenienses debemos significar la estatua de Atenea Partenos, la escultura crosoelefantina de más de 12 metros de altura que presidía la cella del Partenón. Los tratadistas antiguos la celebraron como su obra más emblemática, que hoy conocemos a través de copias romanas muy deformadas. En el contexto de las obras del mencionado templo y al margen de la estatua de Atenea, Fidias dirigió la decoración de las metopas, el friso interior y los frontones del templo, si bien en su mayoría fueron realizadas por los discípulos de su taller. Las 92 metopas representan los temas de la Gigantomaquia, la Amazonomaquia, La Guerra de Troya y la Centauromaquia. El friso interior alude a las fiestas Panateneas, cuando toda la ciudad desfilaba detrás de las doncellas para ofrecer a la diosa un rico peplo tejido por ellas. Los frontones se decoran con escenas de la diosa titular: el nacimiento de Atenea y su disputa con Posidón por el dominio del Ática.En todas estas esculturas queda patente el genio del escultor, la exquisita armonía de sus figuras, sus composiciones equilibradas, el tratamiento de los cuerpos proporcionados, sus delicadas anatomías, sus formas elegantes y un rigor extremo en el tratamiento psicológico de los personajes que se aleja definitivamente de la inexpresividad severa para conseguir un sutil equilibrio espiritual. La perfecta plástica de las obras fidíacas queda ejemplarizada en el tratamiento especial de los paños, elemento que el utiliza con todo su caudal expresivo gracias a la técnica de los “paños mojados”, con los cuales se acentúa la sutilidad de las figuras, gracias a la sensualidad que de ellos se desprende.Superado el momento de esplendor del clasicismo, durante el siglo IV aC. asistimos a un amaneramiento de las formas, la estilización de los cánones, la acentuación del movimiento y la pérdida de la ortodoxia en el equilibrio, armonía y proporción de las imágenes: el clasicismo tardío. El fenómeno es paralelo a la crisis de Atenas como consecuencia de la Guerra del Peloponeso, y por ende de los ideales platónicos, que son sustituidos por una visión más pragmática e individualizada del arte heredada de los sofistas. La nueva estatuaria está reflejada a través de tres de sus artistas principales: Praxíteles, Scopas y Lisipo.Praxíteles, ateniense, hijo del escultor Cefisodoto, elegió como material preferente para sus creaciones el mármol, a través del cual expresa la gracia (charis) femenina y de la adolescencia. Es el escultor de la sensualidad contenida, buscada intencionadamente como contrapunto a la solemnidad del periodo anterior. Se considera obra salida directamente de sus manos el Hermes con Dioniso niño de Olimpia. De sus creaciones, inconfundibles por las curvas que describen las caderas de sus personajes (curva praxitélica), se conservan numerosas copias que gozaron de gran demanda en época romana.Scopas, contemporáneo del anterior, logró reflejar en sus obras los estados del alma y las pasiones cuyos efectos se reflejan en los rostros y en las actitudes y movimientos de los personajes. Así como Praxíteles se le considera el escultor de la charis, a Scopas se le atribuye la conquista del pathos, el sentimiento expresado desde las cuencas profundas de los ojos de sus personajes y por medio de los giros violentos de sus cuerpos. Trabajó en el Artemisión de Éfeso y probablemente corrió a sus cargo la dirección del mausoleo de Halicarnaso. Se le atribuye además la Ménade del Museo Albertinum de Dresde.Lisipo siguió en la línea de los grandes broncistas, empleando este material casi exclusivamente en sus obras, la mayoría de las cuales fueron cuerpos de atletas en los que la vida y el movimiento se articulan con toda verosimilitud. Así sucede en su famoso Apoxiomeno, quitándose los restos de la competición, que evidencia la estilización de los cánones policléticos. Lisipo fue además el escultor predilecto de Alejandro Magno y su mejor retratista.






C) La escultura helenística.



Al igual que sucedió en la época arcaica, la escultura de los siglos III al I aC. vuelve a ser el resultado de la producción de diferentes talleres, cada uno con peculiaridades propias, aunque en todos se apreciase la herencia de los grandes maestros clásicos. Como rasgos generales compartieron el gusto por la teatralidad, la composiciones piramidales, las actitudes desenfadadas y violentas en las que no se evitaron las torsiones y giros en espiral, las expresiones patéticas, los temas eróticos, etc. El afán permanente por acercarse lo más posible a la realidad condujo, en muchas ocasiones, a una exageración y barroquización de las formas e, incluso, la utilización del feísmo y de la decrepitud como medio para conseguir un impacto efectista. Se rompieron así el equilibrio y la armonía en pos de la belleza que habían sido inspiradores de los siglos anteriores, imponiéndose un concepto de belleza artistotélico concebido como imitación: mímesis de la realidad.Las diferentes corrientes de este periodo se pueden estudiar a modo de escuelas:- La escuela clasicista. Centrada preferentemente en Ática a través de los continuadores de Praxíteles, Scopas y Lisipo, se mantuvo más o menos fiel a los planteamientos clásicos precedentes. Tal vez las obras más significativas de este momento sean la célebre Venus de Milo y el Torso Belvedere de Apollonios.- La escuela de Pérgamo. A través de dos momentos diferenciados. Una primera escuela desarrollada durante el reinado de Atalo I (s. III aC), a la que pertenecen una serie de estatuas de gálatas vencidos que figuraron en un monumento conmemorativo de la victoria obtenida sobre galos y sirios en el 225 aC. Son figuras de enorme fuerza expresivas, tratadas todavía con enorme clasicismo formal y entre las que sobresale el Galo moribundo del Museo Capitolino. Un segundo momento corresponde a la decoración escultórica del famoso Altar de Zeus, levantado por Eumenes II (s. II aC.), con magníficos relieves de enorme tensión emocional y fuerte carga compositiva y teatral.- La escuela de Rodas. Muy influenciada por la obra de Bryaxis, escultor cario que trabajó en el Mausoleo de Halicarnaso, y cuya principal característica fue una decidida tendencia al colosalismo. Obra que responde a esta corriente es la Victoria de Samotracia que se erigía en el santuario de los Cabiros de dicha isla. Aparece erguida sobre un pedestal en forma de casco de navío, aún con las alas desplegadas y los ropajes agitados por el viento. Atribuida a Pitócritos de Samos, se ha fechado hacia el 190 aC. Aunque la obra más célebre de esta escuela es el grupo escultórico de Laocoonte obra de Agesandros, Polidoros y Atanadoros en el s. I dC, aunque quizás copiando modelos del s. II aC. Describe un episodio de la Eneida de Virgilio, cuando Laocoonte, sacerdote de Apolo, se opone a la entrada del caballo de Troya, siendo atacados por entonces por la serpiente Pitón. La obra es de una gran espectacularidad dramática, hasta el punto de ser considerada expresión universal del dolor. En este efecto dramático tiene mucho que ver la disposición teatral de los personajes, sus posturas retorcidas y la fuerza expresiva de sus anatomías, así como el empleo de la técnica del trépano en el trabajo del mármol. Esta escultura, descubierta en 1506 tuvo un impacto enorme en artistas del Renacimiento como Miguel Ángel.- La escuela de Alejandría. La carencia de mármol favoreció una estatuaria de género y adorno realizadas frecuentemente en terracota. Siguiendo modelos continentales proliferaron las Tanagras, esculturillas decorativas con las que se satisfacía las demandas de la sociedad acaudalada alejandrina.

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