El nuevo arte pictórico tiene un claro precedente en la figura de Giotto di Bondone. En realidad Masaccio, el gran renovador de la pintura, siempre sintió admiración por aquél, y De Pintura, el tratado pictórico de Alberti, no hacía sino recoger buena parte de sus preceptos. Según el mencionado texto la buena pintura debía responder a tres principios: la circunscripción, la composición y la recepción, a través de los cuales se pretende contar historias humanas y alcanzar una belleza intelectualizada, que tiene en la perspectiva su principal elemento. El tratamiento de los escenarios, la búsqueda de la monumentalidad y el sentido escultórico de las imágenes son los recursos pictóricos para evocar lo antiguo, toda vez que aquí resulta imposible la mímesis al no existir ejemplos de época. Para conseguirlo los pintores gustan del soporte mural, la técnica del temple y una temática variada: religiosa, mitológica o profana.
1. La pintura del Quattrocento.
La historiografía suele distinguir dos generaciones florentinas que coinciden con las mitades del siglo:
- La primera se caracteriza por sus formas monumentales, los estudios de perspectiva geométrica, la sobriedad expresiva y la incorporación de elementos clásicos en lo decorativo. Entre los pintores de esta generación sobresale Tommaso Masaccio, quien junto con Brunelleschi y Donatello, de quienes fue contemporáneo, constituye la tríada de constructores del nuevo estilo. Su pintura hereda de Giotto la volumetría y la linealidad que combina con el monumentalismo escultórico de Donatello y la concepción espacial brunelleschiana para desarrollar una pintura completamente nueva y cargada de emotividad renacentista, tal y como evidencian los frescos de la capilla Brancacci (desde 1424) en la iglesia florentina del Cármine, donde supera con mucho las habilidades técnicas de su maestro Masolino. Junto a él otros artistas cultivarán el uso de la perspectiva y la construcción de espacios como Paolo Ucello, en el tríptico de la Batalla de San Romano (1456); Andrea del Castagno, en la Última Cena para el cenáculo de santa Apolonia (1447); o Piero della Francesca, en los frescos de la capilla de San Francisco en Arezzo sobre la leyenda de la Vera Cruz (1452 y ss.).
De la misma generación pero en una línea mucho más delicada, emparentada más con el gótico internacional y la temática religiosa se encuentran el citado Masolino, Fra Angélico o Filippo Lippi.
- La segunda generación se caracteriza por un gusto más complicado y rico, emparentado con el nuevo ideario de Ficino. Se trata de una pintura que prefiere el dinamismo a la monumentalidad y, lo complejo y narrativo a lo solemne, introduciéndose además elementos cotidianos. Sobresale la figura de Sandro Botticelli, cuyos cuadros están impregnados de pintura poética y alegórica, y de una belleza voluptuosa y sensual muy próxima al mundo y los gustos mediceos en obras como La Primavera (1481) o el Nacimiento de Venus (1484). A esta misma generación pertenecerían pintores en una línea decorativa y arcaizante como Benozzo Gozzoli y maestros de taller, que inauguran un tipo de pintura cotidiana y popular como Ghirlandaio o el propio Verrocchio.
En otras regiones italianas la pintura adquiere también nuevos caracteres que irán paulatinamente perfilando el estilo. En Umbría encontramos una pintura preocupada por el paisaje, los espacios abiertos, la simetría y la composición, con autores como Perugino. En Padua, se trata de una pintura que tiende a la grandiosidad y culmina los estudios de perspectiva, en obras de Mantegna. En Ferrara, Cosme Tura introduce composiciones complejas de fuerte influencia flamenca. Y, en Venecia, pintores como los Bellini o Carpaccio desarrollarán composiciones monumentales, al tiempo que otros como Antonello de Messina optarán por la experimentación de nuevas técnicas como el óleo.
1. La pintura del Quattrocento.
La historiografía suele distinguir dos generaciones florentinas que coinciden con las mitades del siglo:
- La primera se caracteriza por sus formas monumentales, los estudios de perspectiva geométrica, la sobriedad expresiva y la incorporación de elementos clásicos en lo decorativo. Entre los pintores de esta generación sobresale Tommaso Masaccio, quien junto con Brunelleschi y Donatello, de quienes fue contemporáneo, constituye la tríada de constructores del nuevo estilo. Su pintura hereda de Giotto la volumetría y la linealidad que combina con el monumentalismo escultórico de Donatello y la concepción espacial brunelleschiana para desarrollar una pintura completamente nueva y cargada de emotividad renacentista, tal y como evidencian los frescos de la capilla Brancacci (desde 1424) en la iglesia florentina del Cármine, donde supera con mucho las habilidades técnicas de su maestro Masolino. Junto a él otros artistas cultivarán el uso de la perspectiva y la construcción de espacios como Paolo Ucello, en el tríptico de la Batalla de San Romano (1456); Andrea del Castagno, en la Última Cena para el cenáculo de santa Apolonia (1447); o Piero della Francesca, en los frescos de la capilla de San Francisco en Arezzo sobre la leyenda de la Vera Cruz (1452 y ss.).
De la misma generación pero en una línea mucho más delicada, emparentada más con el gótico internacional y la temática religiosa se encuentran el citado Masolino, Fra Angélico o Filippo Lippi.
- La segunda generación se caracteriza por un gusto más complicado y rico, emparentado con el nuevo ideario de Ficino. Se trata de una pintura que prefiere el dinamismo a la monumentalidad y, lo complejo y narrativo a lo solemne, introduciéndose además elementos cotidianos. Sobresale la figura de Sandro Botticelli, cuyos cuadros están impregnados de pintura poética y alegórica, y de una belleza voluptuosa y sensual muy próxima al mundo y los gustos mediceos en obras como La Primavera (1481) o el Nacimiento de Venus (1484). A esta misma generación pertenecerían pintores en una línea decorativa y arcaizante como Benozzo Gozzoli y maestros de taller, que inauguran un tipo de pintura cotidiana y popular como Ghirlandaio o el propio Verrocchio.
En otras regiones italianas la pintura adquiere también nuevos caracteres que irán paulatinamente perfilando el estilo. En Umbría encontramos una pintura preocupada por el paisaje, los espacios abiertos, la simetría y la composición, con autores como Perugino. En Padua, se trata de una pintura que tiende a la grandiosidad y culmina los estudios de perspectiva, en obras de Mantegna. En Ferrara, Cosme Tura introduce composiciones complejas de fuerte influencia flamenca. Y, en Venecia, pintores como los Bellini o Carpaccio desarrollarán composiciones monumentales, al tiempo que otros como Antonello de Messina optarán por la experimentación de nuevas técnicas como el óleo.
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