En España, el siglo XVII representa la culminación del arte y la pintura española, coincidiendo con el Siglo de Oro de las letras y en el seno de la contrarreforma religiosa acorde con el espíritu español; y, curiosamente, con el declinar político de los Austrias y económico del país. En él aparecen las personalidades más fuertes del arte nacional (Ribera, Zurbarán, Murillo o Velázquez), condicionadas por la limitación que supone la carencia de una pintura mitológica, al no existir otra clientela que la religiosa y la cortesana.La temática, por tanto, es el elemento clave de nuestra pintura, predominando lo devocional, aunque sin despreciar lo profano: bodegones, cuadros de género, fiestas, paisajes, históricos, etc., en ocasiones cargados también de simbolismo moral. Todo ello caracteriza las obras del momento hacia un naturalismo equilibrado, en el que lo imaginativo y lo fantástico apenas tienen cabida, y una sencillez de composición y líneas, y la escasa violencia de las formas en comparación con el resto de Europa.Al tiempo, se advierte una evolución histórica en dos etapas:1ª) Durante la primera mitad del siglo, las formas predominantes son las del naturalismo tenebrista, preocupado por el realismo y la iluminación, de influencia italiana, y cuyo origen en España debemos situar en El Escorial, particularmente en la obra de Navarrete, desde donde se difunde a través de cuatro focos: Sevilla (Pacheco, Zurbarán y Alonso Cano), Toledo (Tristán, Sánchez Cotán y Pedro Orrente), Valencia (Ribera y Ribalta) y Madrid (los Carducho). Especial significación por su repercusión posterior tienen las figuras de José de Ribera y Francisco de Zurbarán. El primero, afincado en Nápoles es fiel seguidor del Caravaggismo, que interpreta a través de una versión personal más exagerada y crispada caracterizada por una pincelada espesa muy peculiar (Martirio de San Bartolomé o San Esteban). Zurbarán es el pintor monástico por excelencia, lo que se traduce en una pintura de extrema sencillez y severa monumentalidad en sus series de frailes (San Hugo en el refectorio de los cartujos…) o en sus bodegones de poderosos volúmenes conseguidos a base del contraste entre sombra y luz.En la segunda mitad de siglo asistimos a la difusión de los modelos flamenco-rubenianos y a un giro de la Iglesia hacia lo opulento, que se traduce en una pintura más colorista y luminosa que pervive hasta el siglo XVIII. Dos centros: Sevilla (Murillo y Valdés Leal) y Madrid (Rizzi; Carreño y Lucas Jordán). Especial significación, por su enorme popularidad, merece la obra de Bartolomé Esteban Murillo, pintor que encarna el gusto y la devoción de la burguesía popular andaluza lo que se traduce en la delicadeza y sentimentalismo de sus obras. Es, por excelencia el interprete de los temas religiosos: las Inmaculadas y el Niño Jesús; pero además, pintor de género realista con escenas llenas de picardía y gracia que rehuyen la expresión de la miseria social (Niños comiendo uvas y melón).Velázquez se sitúa a caballo entre el realismo de la primera etapa y el barroquismo de la segunda, aunque su carácter de hombre culto, sus viajes a Italia y su condición de pintor de corte le sitúan también en la frontera de un clasicismo muy escaso en nuestro país por la inexistencia de una burguesía intelectual y el hecho de que la aristocracia suela encargar ese tipo de obras en Flandes o Italia.A lo largo de su obra se observa la influencia en un primer momento de Pacheco y Herrera el Viejo, en su composición e iconografía. Y, a través del tiempo, de Miguel Ángel, Durero, El Greco, Tiziano y Ribera, así como de grabados flamencos. Contra lo que se creyó en un principio también él influye sobre un amplio círculo, particularmente sobre la Escuela madrileña: Claudio Coello, y posteriormente sobre Goya y los realistas e impresionistas del s. XIX.La historiografía artística tradicional divide su producción cronológicamente y desde un punto de vista esencialmente geográfico en seis etapas:1ª) Etapa sevillana. Dura plasticidad y tenebrismo. Bodegones, retratos y cuadros religiosos, en muchas ocasiones confundidos: "El aguador", "Vieja friendo huevos".2ª) Primera etapa madrileña (1623-28). Se establece en Madrid como retratista: influencia de Tiziano: el "Retrato de Felipe IV" le abre las puertas de la Corte y le pone en contacto con la nobleza. Deja atrás el tenebrismo, reduce la temática religiosa e introduce temas mitológicos: "Los borrachos" (1628), aunque tratados aún como cuadros de género. Influido por Rubens viaja a Italia:3ª) Primer viaje a Italia (1629-30). Aclara la paleta y la pincelada se hace más fluida. Se interesa por el desnudo, el paisaje y la perspectiva aérea: "La fragua de Vulcano".4ª) Segunda etapa madrileña (1631-1648). A lo largo de esta etapa observamos varios tipos de obras: religiosas, cortesanas ( Baltasar Carlos a Caballo, Retrato ecuestre del Conde Duque de Olivares, La Rendición de Breda, basado en el texto de Calderón: El sitio de Breda) y alegóricas. En ellas, Velázquez emplea una pincelada más fluida, una paleta más profunda y de efectos pictóricos que experimenta en sus retratos de bufones: El niño de Vallecas.5) Segundo viaje a Italia (1649-50). Retratos: "Inocencio X", prefiguración del Impresionismo.6) Período final (1651-60). Regreso a España, paleta líquida y pinceladas rápidas y gruesas. Retratos y cuadros mitológicos, donde la perspectiva aérea y el tratamiento del espacio ilusionista llega a su culminación:. "Las Meninas", retrato en acción de la Familia Real.. "Las Hilanderas", un tema mitológico (Palas-Aracne) representado a través de una escena cotidiana de taller.Además de pintor de cámara, Velázquez fue aposentador mayor del reino, dirigiendo la administración de obras arquitectónicas y la decoración de los salones palaciegos.Al margen de influencias, tres pintores se hallan íntimamente ligados al taller de Velázquez: Antonio Puga, Juan Pareja y Juan Martínez del Mazo, quienes recogerán su estilo de manera superficial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.